Blackbird
Blackbird es una obra inquietante, dura, que nos hace reflexionar sobre la parte más oscura de las personas. Genera un debate necesario, pero por encima de todo asistimos a una magnífica dramaturgia, con un diálogo y una tensión entre los personajes que nos clava en la butaca. Advierto que la obra tiene un ritmo pausado, hay que dejarse llevar por los silencios, por las vueltas y revueltas de las obsesiones que no han superado los personajes. Una disección de dos almas con bisturí lento y preciso.
Blackbird es el reencuentro de una mujer y de un hombre, Una y Ray, tras quince años. Ella tenía 12 años y él era ya un hombre adulto cuando vivieron una historia de amor y tuvieron relaciones sexuales. Cada uno ha rehecho su vida: Ray se ha cambiado de nombre tras salir de la cárcel y tiene su propia familia; ella es una mujer marcada por lo que ocurrió. Es el reencuentro de la víctima y el abusador. La obra se inicia cuando ella acude a la empresa donde él trabaja. No sabemos qué intenciones tiene, Ray se muestra frío, a la defensiva, incómodo. La tensión inicial da paso a un acercamiento lleno de reproches, desencuentros, recuerdos de su historia y lo que ocurrió después (ella recuerda las sesiones con el psiquiatra, la incomprensión inicial de lo que realmente había ocurrido...)
El texto de David Harrower es impecable en su diálogo, en la caracterización de dos personajes complejos, ambivalentes, con una tortuosa historia del pasado que vamos conociendo en una fría sala que no permite sentimentalismos. Evita falsos dramatismos, escenas histriónicas o histéricas, sensacionalismos. El tema es controvertido y nos ofrece un texto humano, cercano, exponiendo y no justificando nada, que el espectador responda a las preguntas que se generan, que extraiga sus propias opiniones.
La obra no titubea al dejar claro que se trata de un abuso sexual a una menor. Una le dice a Ray que tenía que haber sido él quien dijera no, a esa relación; ella era una niña sin capacidad de decisión, enamorada. Ray se autojustifica, era un hombre enamorado, reconoce su error pero se ve víctima de las circunstancias; una ambigüedad que no ha resuelto. Esta característica del personaje de Ray no es una justificación del abuso sexual (como algunos rápidamente apuntan), es la dimensión ambivalente de un ser humano. Por otra parte, Ray no es un pederasta, no siente atracción por los menores, fue un hecho aislado.
Resulta curioso que se haya estrenado, poco antes, otro gran y conflictivo texto sobre la punible atracción sexual. Me refiero a Sed, de Alejandro Butrón. Aquí se trata el tema de la pedofilia de un hombre casado que lucha consigo mismo para no ser un pederasta. Un texto también complejo, tenso, duro, que nos expone el lado oscuro de algunas almas humanas.
Irene Escolar es el mirlo perfecto, nos ofrece una interpretación apasionada, nos conmueve y nos rebela. José Luis Torrijo, lleno de matices, nos acerca a la parte humana y sombría del personaje con gran honestidad. Los dos actores tienen una química muy especial, difícil en un diálogo y unos personajes que transitan por todo tipo de emociones extremas.
La escenografía de Mónica Boromello es muy interesante: por una parte, nos encontramos en una sala de descanso de una empresa (dos sillones, una máquina de agua, unas taquillas) donde transcurre casi toda la obra; por otra parte, en un plano inferior, la maqueta de una pequeña ciudad por donde pasean los personajes al rememorar el pasado en su momento más tenso. La iluminación de David Picazo refuerza los diferentes ambientes de la escenografía con gran acierto.
La dirección de Carlota Ferrer muy acertada en el ritmo y las pausas del diálogo de los personajes, permitiendo respirar a este complejo texto. No obstante, no me convence la utilización de micrófonos ¡sumar micrófonos a micros! ¿Cuándo acabará esta absurda moda? Tampoco es adecuado que Ray se ponga a cantar tocando la guitarra dando un giro sentimental a la escena no justificable. La escena final cinematográfica, sin embargo, me ha parecido perfecta: utilizar otros medios expresivos de forma apropiada, añadir un recurso para potenciar el acto teatral.
Blackbird es una obra compleja con un texto maravilloso, una excelente actuación y una gran dirección. Imprescindible.
Texto: David Harrower
Traducción: José Manuel Mora
Dirección: Carlota Ferrer
Actores: Irene Escolar y José Luis Torrijo
Ayudante de dirección: Enrique Sastre
Escenografía: Mónica Boromello
Vestuario: Ana López Cobos
Iluminación: David Picazo
Teatro: Pavón Teatro Kamikaze
7 de abril a 7 de mayo de 2017
Duración: 90 minutos