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Carpe diem (1956) de Saul Bellow


Saul Bellow es uno de esos escritores conocidos, ganador del premio Nobel de literatura en 1976, que no me despierta excesivo interés. Reconozco que ha escrito alguna novela sólida como Carpe Diem o La víctima (1947), pero sin entusiasmarme. Las aventuras de Augie March (1953), la novela que le llevó al éxito, me aburrió.


Wilhem es un hombre fracasado, frustrado, que nunca ha tenido las ideas claras sobre su vida, no ha madurado y ya tiene más de cuarenta años. Divorciado y con dos hijos, sin trabajo, dejó sus estudios por intentar una aventura como actor en Hollywood, dejó la empresa de ventas cuando después de muchos años no lo ascendieron (un sobrino del director consigue el puesto) y sus últimos ahorros los invierte ahora en bolsa (algo que desconoce cómo funciona). Vive en un hotel, el mismo donde se aloja su padre. Un padre que detesta las complicaciones y a su hijo.

Wilhem, un pusilánime, siempre se embarca en proyectos para los que no vale, dejándose guiar por individuos que no son de fiar pero en los que confía de forma ciega.


Saul Bellow, con mucho cinismo y un sentido del humor que planea sobre sus personajes, hace una crítica mordaz a la sociedad: el dinero, la ambición, la envidia, el egoísmo, la búsqueda del éxito. La ciudad es un paisaje inhóspito.

El argumento abarca un espacio de tiempo muy corto en la vida del protagonista: desde que se levanta en su habitación de hotel hasta el final de la tarde. Wilhem irá recordando tiempos pasados, su vida de fracaso en fracaso, pero la novela se centrará en las conversaciones con su padre y los negocios con su nuevo socio.


El autor describe el aspecto físico de sus personajes de forma despiadada; sin contención, recurre a comparaciones ofensivas: cara de arenque, andares de oso o hipopótamo, ojos bien separados, rasgos que rezuman estupidez y buena voluntad, nariz de gaviota, figura rechoncha con hombros que se elevan puntiagudos como pagodas... Hay que reconocer a Bellow su originalidad al describir algunas imágenes de los personajes pero parece que también se regodea en ser despectivo.


La descripción del carácter de los personajes a través de las conversaciones, están cargadas de humor sarcástico. La entrevista con el cazatalentos cinematográfico o la charla incontenible de Tamkin, el corredor de bolsa, con sus historias increíbles y sus peroratas pseudofilosóficas.

En cambio, las conversaciones entre padre e hijo suelen ser tensas, aquí Bellow da más espacio a los pensamientos del uno sobre el otro. Siempre acabarán estallando en un conflicto, que ya se intuye desde el principio, inevitable. Por mucho que el hijo intente mantener una postura que evite que el padre se ponga a la defensiva, que entienda sus problemas, que demuestre algo de cariño, terminarán diciéndose los mismos reproches, las mismas frases tantas veces repetidas.


A pesar de ser una novela corta, hay temas recurrentes que estancan la novela, descripciones y situaciones se repiten. Algunos diálogos se alargan con detalles que no aportan nada especial y algunas escenas extensas, como la de la bolsa, llegan a producir desinterés. La caracterización del especulador de bolsa a través de las profusas historias que se inventa, también producen cierto letargo.


Así, nos encontramos con una novela que tiene grandes cualidades pero, con frecuencia, se pierde en detalles anodinos.




Editorial: Círculo de Lectores. Galaxia Gutenbert

Páginas: 167 (sin introducción)

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