El buen hijo
Una obra muy interesante que trata el tema de la violación y el comportamiento que lleva a la agresión de la mujer. Un drama social que hace reflexionar, que cuestiona ideas preconcebidas.
El buen hijo tiene un ritmo casi cinematográfico que nos atrapa hasta la escena final.
Un joven encarcelado por violación acude a las sesiones de una psicóloga de prisión. Lleva tres años en la cárcel y quiere conseguir un permiso para poder ver a su madre, muy enferma de cáncer. La terapia tiene como objetivo conseguir la rehabilitación del preso, modificar su comportamiento. El primer paso será que se dé cuenta que la interpretación que hace de las mujeres parte de valoraciones erróneas, que su verdad se basa en unos conceptos equivocados. El gran paso será que admita la violación, que se dé cuenta de la responsabilidad de sus actos.
Este es el argumento principal aunque se intercala una segunda acción en la que la psicóloga se encuentra enfrentada a una situación que poco a poco iremos descubriendo.
La obra empieza con fuerza, plantea un reto al protagonista y también a algunos espectadores. Con gran acierto, Pilar Almansa integra en la dramaturgia un hecho social de especial relevancia: las ideas que el machismo tiene aceptadas como normales en relación a la mujer y las relaciones sexuales. En el cuestionario inicial que realiza el preso nos encontramos con preguntas cuya respuesta no es clara cuando las ideas tampoco lo están. El personaje es un tipo normal, alguien que en un momento dado no ha respetado una negativa, alguien que puede ser muchos de los jóvenes que todavía mantienen ideas heredadas de un concepto social y de relaciones erróneo: la incitación o provocación de la mujer, el doble mensaje... Y la autodisculpa a nuestros actos, que asociamos al ambiente, el alcohol, etcétera. Una actitud que intenta diluir algo inexcusable. Un delito que, paradoja inaceptable, hay quienes no lo ven. Para ello, el texto nos va mostrando unas entrevistas que, de forma natural, van ahondando en los diferentes aspectos, con las dudas y vacilaciones del protagonista y el duelo de razonamientos entre el entrevistado y la psicóloga. El preso se nos presenta como un joven simpático, que intenta confraternizar con la psicóloga, que juega con ella para conseguir ver a su madre enferma, un tipo algo frágil, dubitativo; en cambio, el perfil de la psicóloga es hierático, desconfiado, implacable, razonador hasta la exasperación. Esta forma de tratar a los personajes para luego dar la vuelta a los mismos y ofrecer la verdadera cara de cada uno es un recurso inteligente. ¡Cuántas veces el tipo carismático consigue la simpatía inmediata de la gente cuando el fondo es tan negro! Durante estos encuentros habrá algunos episodios de violenta tensión que pondrán los pelos de punta.
El gran handicap de esta obra, en el que el discurso social está expuesto de forma poco sutil, lo tenemos en la segunda historia, en la escena de un juicio: el abogado defensor de un violador interroga a la mujer violada poniendo en duda su veracidad, en un tono excesivamente exagerado. Un tema tan importante merecería que se hubiera trabajado mejor.
Como suele ocurrir en algunas obras que no han tenido recorrido, todavía hay algún problema de memorización de los papeles, alguna confusión o titubeo. Rosa Merás precisa una mayor interiorización de su papel, sobre todo en las escenas más emotivas. Domingo Cruz domina su personaje de violencia contenida aunque precise ser más sutil en las escenas con la madre.
La escenografía resulta sencilla, funcional y muy eficaz. Estructuras metálicas que sirven de telón de fondo para la cárcel y, detrás, como lugar de cambio de vestuario de los actores. Sillas grises de respaldo alto de barras que remarcan la atmósfera fría del lugar: prisión y psicoanálisis.
La dirección de Cecilia Geijo muy acertada para que las breves escenas mantengan el ritmo necesario, a pesar del continuo cambio de personajes y vestuario. Echo de menos mayor profundidad en los momentos más emotivos de la función.
Una obra que es necesaria, que sabe integrar lo social con la dramaturgia evitando fáciles discursos y que debería mejorar algún aspecto para que llegara todavía más al público
Muy recomendable.
Texto: Pilar Almansa
Dirección: Cecilia Geijo
Intérpretes: Rosa Merás, Domingo Cruz
Escenografía: Diego Ramos
Iluminación y sonido: Cristina Gómez
Producción. Territorio Violeta y El Desván
Teatro: Luchana 11 y 12 de agosto de 2018
Duración: 75 minutos