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Cama


Este verano pude ver Un buen hijo de Pilar G. Almansa y me llevé una grata impresión al encontrarme con una obra que, además de hacernos reflexionar sobre la violencia de género, tenía un buen texto, unos personajes creíbles, una historia muy interesante y permitía cierta libertad al espectador. Las intenciones de la obra estaban claras pero no era un discurso ideológico con forma de teatro. Los diálogos tenían momentos sutiles, las actitudes de los dos personajes tenían ciertos matices que los enriquecían.

Así que llegué a Cama con grandes expectativas, el primer acto me enganchó, los diálogos estaban cargados de frases que invitaban a la reflexión, las actitudes de cada uno, sus propias contradicciones, eran naturales, complejas, aunque desiguales. Pero...





Nos encontramos con una pareja en el dormitorio, que se acaba de conocer. Hablan sobre la revolución feminista desde la discrepancia de opiniones sobre el término revolución. Ella no quiere una relación fugaz más, está cansada de otras relaciones que no han funcionado. Él es un joven que intenta mantener una actitud de igualdad en la relación, atento para que ella no malinterprete lo que dice, se encuentra inseguro. Pilar G. Almansa dibuja una mujer fuerte con ideas claras y un joven dubitativo, un hombre perdido y desorientado ante el nuevo código de relaciones entre sexos. El primer acto nos deja ver las actitudes de cada uno y ese desequilibrio de planteamiento de personajes no presenta mayores problemas. Ese primer acto se sigue de una ruptura dramatúrgica que produce cierta sorpresa, el momento en el que empiezan las caricias y se desarrolla la relación sexual. El diálogo se llena de palabras que se dicen uno a otro como si compusieran un extraño poema y, al mismo tiempo, se desnudan y danzan entorno a la cama, sobre la cama, con el edredón, componiendo una bella danza coreográfica (magnífico trabajo de Amaya Galeote). Desde mi punto de vista, la ruptura del diálogo realista no termina de encajar: una idea que sobre la escena no funciona tan bien como, probablemente, en la lectura.

Es en las siguientes escenas cuando no termino de creerme la historia, cuando se desequilibra de forma consciente el papel del hombre, se llena de tópicas actitudes machistas que simplifican el personaje inicial. La obra se plaga de clichés para mostrarnos el deterioro de la convivencia: yo he cocinado, yo he ayudado, etc.

Al final de la obra hay un reencuentro que vuelve a aproximarnos a los personajes, pero ya tarde.


Termino de ver la representación con una sensación de decepción, de haber asistido a una obra sobre una pareja en la que se plantean los roles del feminismo frente al hombre que, aunque pretenda estar a la altura, al final siempre es el hombre patriarcal, dominante y machista. La profunda exposición del primer acto se despacha con una simplificación. Porque, no nos engañemos, es una obra de tesis, no un retrato casual de dos personajes concretos y, por ello, no convence su desarrollo.


María Morales y Carlos Troya encarnan a sus personajes con la energía necesaria para convertirlos en humanos. Gracias a su gran trabajo interpretativo seguimos con interés sus conflictos.

Interesante.

Dirección y dramaturgia: Pilar G. Almansa Intérpretes: María Morales y Carlos Troya Iluminación: Jesús Antón Díez Vestuario: Vanesa Actif Coreografía: Amaya Galeote

Producción: La Pitbull

Teatro: Luchana 22 de septiembre al 25 de noviembre de 2018

Duración: 60 minutos

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