Dignidad
Dignidad y política parecen incompatibles hoy en día. También lo era en el pasado, no nos engañemos. En esta obra nos adentramos en un partido político cualquiera, sin definir, porque ¿no son todos iguales? Asistiremos al enfrentamiento entre los dos máximos responsables de un partido y, en ese sustancioso diálogo, saldrán a la luz los favores, la corrupción, la rivalidad dentro de la organización, el oportunismo, también el sacrificio. Será un duelo que crecerá en intensidad conforme se desarrolla la obra, con varios giros inesperados al final. Jorge Kent y Fernando Gil hacen un gran trabajo interpretativo.
En la sede de un partido político, que tiene muchas posibilidades de ganar las elecciones, ya no queda nadie excepto el secretario general y su más fiel colaborador, el responsable de la organización. Con una copa de whisky en la mano entablan un diálogo, han compartido muchas vivencias, son amigos. Los vemos sin las máscaras públicas, fuera de los discursos y las buenas palabras. Nos enteraremos que dentro del partido hay una lucha entre facciones, se desconfía de un compañero, se habla de sacar a la luz un caso de malversación... pero tras las elecciones, claro. Hay un momento en el que los temas generales del partido dan paso a asuntos más personales: el divorcio y la custodia de los niños, las dietas personales infladas como una compensación al duro trabajo, la confianza o desconfianza...
La obra nos muestra una faceta de la política cotidiana y corrupta, pero el tema principal es la amistad y sus límites, los puntos de vista sobre la moralidad y lo justificable. Aunque, como era de esperar, se llevan más allá de los límites aceptables, se hace inevitable el duro enfrentamiento entre los dos protagonistas.
Jorge Kent y Fernando Gil encaran sus personajes con verosimilitud, el gesto contenido, miradas de complicidad o de recelo... Ignasi Vidal hace que Fernando Gil esté en continuo movimiento (personaje nervioso, inseguro, atrapado) frente al inmovilismo, sentado y pausado, que caracteriza a Jorge Kent durante la primera parte. A lo largo de la pelea verbal y los reproches, Kent toma la iniciativa y es el que domina la escena, el que tiene que encarar la verdad. Una dirección que evita el inmovilismo y apoya la posición psicológica de los personajes a lo largo de la obra.
La escenografía del ubicuo Alessio Meloni es correcta: en mitad del escenario ha diseñado un despacho con sus sillas, sofá y mesas, paredes con alguna estantería inclinada, combinación de grises y fucsia muy visual.
Dignidad se sigue con creciente interés conforme se va destapando el argumento y nos aproxima a la posición de testigos de la realidad de los despachos de la gente que tiene el poder del país.
Si el final, donde se utiliza de forma justificada el audiovisual, está bordado en su vuelta de tuerca (el cinismo en su máxima expresión), no ocurre lo mismo con el giro argumental previo: forzado y poco verosímil, desde mi punto de vista. Para justificar esta impresión, atención, voy a destripar el recurso. Así que, si no habéis visto la obra, es mejor que no sigáis leyendo. Vamos a ello. Jorge Kent decide dar una oportunidad a su compañero y salir de escena con dignidad, como hacían los políticos en la época de los romanos: no hará público su desfalco de varios millones si se suicida con las gotas del frasco que le ofrece. La propuesta adolece de una ingenuidad nada creíble que no se subsana con la lógica actuación de no hacerle caso. Esa escena, dándole el frasco mientras lo limpia con un pañuelo para que no queden sus huellas, hunde en el sillón al espectador y no lleva al traste la función gracias a ese maravilloso final que llega pocos minutos después.
Otro punto argumental que no termina de convencer es la renuncia del secretario general del partido por padecer ELA y no solo por su fracaso como dirigente del partido.
El duelo interpretativo y el debate moral que Dignidad nos plantea, justifica que nos acerquemos al teatro para verla.
Texto y dirección: Ignasi Vidal
Intérpretes: Jorge Kent, Fernando Gil
Ayudante de dirección y vestuario: Roberta Pasquinucci
Escenografía: Alessio Meloni
Iluminación: Felipe Ramos
Audiovisuales: Kike Narcea
Teatro: Marquina 17 de mayo a 30 de junio de 2019
Duración: 80 minutos