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Fortunata y Jacinta (1887) de Benito Pérez Galdós



"Fortunata y Jacinta" no precisa presentaciones y aquí no pretendo descubrir nada nuevo. Después de disfrutar de media docena de novelas de Galdós, he decidido abordar ¿la más conocida? ¿la mejor? A la segunda pregunta responderé que no.


Escritores del s.XIX que forman parte de mi olimpo personal son Balzac, Hugo, Zola, Maupassant, Dickens, Tolstoi, Queiros, Wilde, Ibsen y ¿Galdós?








Un resumen de una novela en la que aparecen muchos personajes, sigue un curso azaroso y de numerosas páginas deja, inevitablemente, muchos aspectos sin mencionar. El argumento va más allá del eje Fortunata y Jacinta. Os cuento el principio.

El primer protagonista es Juanito Santa Cruz, un joven que pertenece a la alta burguesía surgida de los negocios prósperos de la actividad comercial de Madrid. Sus padres, Barbarita y don Baldomero regentan una tienda de paños. El modélico joven, bajo la atenta mirada de su madre, pierde el rumbo y ésta decide encauzarlo concertando matrimonio con una joven, Jacinta, que hasta ahora había sido su compañera de juegos en la infancia. Galdós resume este encuentro con inteligente apunte: Juanito "tenía por imposible que las cunitas de ambos, reunidas, se convirtieran en tálamo"; aunque a continuación el autor, en uno de los desequilibrios narrativos, decide diluir rápidamente los inconvenientes que se plantearían en esta situación. El cambio de carácter de Juanito que su madre había observado era debido a una aventura amorosa que le dejó profunda huella: Fortunata.

La boda de Juanito y Jacinta se sigue de un extraño viaje de novios por España durante el cual vamos conociendo una versión edulcorada de la aventura de Juanito por el persistente interrogatorio de su reciente mujer...

La gran protagonista femenina será Fortunata, personaje más complejo que su "competidora" por el amor de Juanito, y de vida más azarosa y apasionante. Una joven que se enamora y es abandonada a su suerte tras el cansancio de su amante, una joven que intentará encauzar su vida dejándose llevar por el buenazo, desgarbado y debilucho Maximiliano, con el que se casará, y su controladora tía doña Lupe, una joven que se debatirá por la injusticia social (sin ahondar en la injusticia de su amante) y que su temperamento inconstante, instintivo, la conducirá por un tortuoso camino mental y vital.


Es novela de múltiples personajes a los que dedica numerosas páginas para contarnos su historia y su vida, muchas veces su vida completa. En esta semblanza nos narra hechos y anécdotas de cada uno que los define pero, al mismo tiempo, son personajes siempre pegados a la ciudad de Madrid, a sus calles, sus comercios y la forma de vivir de sus gentes: se va formando un mapa de ciudadanos que configura un mosaico de la sociedad madrileña y adquiere tanta importancia como la historia que parece querer contarnos. Nos encontramos las calles, callejuelas y plazas donde bulle la vida, los mercados y las tiendas, los patios interiores de los edificios humildes, pobres, en los que convive una amalgama de gentes variopintas, los cafés en los que se discute de política o de cualquier tema y, por supuesto, los interiores de sus casas.


Algunos personajes son muy interesantes y originales. Don Plácido Estupiñá es un antiguo empleado de la familia de Santa Cruz, hablador empedernido, orgulloso de sus "conocimientos" adquiridos por conocer a lo largo de su vida a todas las personas importantes de la historia del siglo, un tipo que es "la alegría" de cualquier reunión. La historia de doña Guillermina y su lucha por sacar dinero a todos los ricos para conseguir construir un hospicio resulta rocambolesca y llena de humor. Evaristo Feijoo es el protector prudente de Fortunata que sabe sacar partido del final de su vida. La avariciosa doña Lupe, siempre atenta a las finanzas de los demás y al honor de la familia, bajo su propio prisma, es otro personaje muy atractivo.


El ritmo minucioso, atento a los detalles que interesan al autor, convierte la novela en un manuscrito que puede tener infinitas páginas. El lector, por tanto, tiene que dejarse llevar por ese río disfrutando de cada paisaje/pasaje. Habrá personajes que interesarán y otros que preferiríamos más anecdóticos. En mi caso hay episodios demasiado minuciosos que sobrecargan la lectura y resulta tediosa.

Entre los excesos de Galdós, hay numerosas páginas sobre temas ajenos al argumento y los hechos que describe, como las que dedica para hablarnos de la evolución del comercio de las telas y el inicio de la moda, por ejemplo. Los cambios políticos y las discusiones en salones y cafés, también demasiado extensas por estar pegadas a la realidad del momento que nos resulta lejano y de escaso interés.


El estilo narrativo de Galdós usa de expresiones anticuadas que a veces convierte su lectura en algo pesado, sobre todo cuando decide acercarnos al lenguaje popular e inculto. No recuerdo otras novelas suyas que me hayan provocado tantas interrupciones por el agotamiento de su lectura.

Por otra parte, sí que he reencontrado su fina pluma al describir los personajes, su excepcional agudeza: algunos tipos los describe de forma descarnada, ofensiva se podría decir; en otras ocasiones, con subjetividad benevolente; la ironía vuela sobre estos atractivos tratamientos.

El diminutivo es un arma potente en Galdós, vapulea con ironía personajes o situaciones, pero es un recurso que utiliza con gran exceso y termina por agotarse, pierde la fuerza de la sutileza; también lo emplea de forma habitual.


El espíritu crítico de Galdós eleva el sentido realista y testimonial de su narración, al colocar su lupa sobre la moral de una sociedad hipócrita. No es benevolente con el vulgo pero tampoco con la burguesía, la iglesia y la mojigatería. Galdós no es imparcial con sus personajes, algunas veces lo manifiesta más claramente con sus adjetivos calificativos, otras de forma más sutil, con sus acciones o sus incongruencias; tampoco es benevolente con los débiles. Podría decir que el único que se salva de la quema sería Evaristo, parece estar de acuerdo con su pragmática filosofía de la vida, a pesar del intercambio egoísta (aunque limitado por su propia edad).


Al terminar de leer esta novela, en mi caso ha sido una lectura discontinua y llena de altibajos, la sensación que me ha quedado es la de haber sido testigo de una época concreta de Madrid, un personaje en medio de una sociedad abigarrada donde conviven personas de muy diferente ambiente, donde la miseria soterrada se oculta de múltiples formas.








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